Cine como realidad virtual


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miércoles, 9 de mayo de 2007

Capitanes intrépidos.


¡Qué bello relato del maestro Kipling! ¡Qué historia más entrañable y tierna la del soberbio y repelentillo niño protagonista, Freddie Bartholomew, y la del siempre genial Spencer Tracy en el papel del marinero Manuel!

La historia de un niño mimado y rico que se hace hombre luchando contra la adversidad y acompañado de la mano amiga del simpático Manuel.
¿Cuántos de nuestros niños, en esta España que hace daño, se harán verdaderos hombres?
¿Cuántos de ellos afrontarán las adversidades con gallardía, trabajo y sacrificio, en vez preferir reivindicar derechos cansinamente o emular a viejas plañideras lloronas?

¿Cuántos de ellos tendrán la suerte de recibir la ayuda de excelentes tutores y profesores, exigentes y autoritarios, pero también comprensivos como el tierno Manuel?
Nuestros niños y jóvenes no son ricos ni mimados en su mayoría, pero forman una legión de individuos acomodados y "satisfechos" con sus circunstancias, en tanto sus progenitores y el sistema les han proporcionado bienestar y comodidades desde su nacimiento.

Algunos, por tanto, no llegarán a madurar como "el pequeño pescadito" de la novela de Kipling, sino que seguirán aferrados a sus símbolos de eterna juventud; sus ídolos musicales y sus conductas irresponsables, aplazando en lo máximo posible, como eternos Peter Pan, el momento de echarle cojones a la vida.
No tendrán cojones para pasar penurias, ni para dejarse explotar por el sistema o por un empresario cabrón, pues ellos conocen muy bien sus derechos, desde que aprendieron a amedrentar al profesor de turno amenazándole con denunciarle, o desde que aprendieron que saliendo a la calle a vociferar y ejercer de vándalos conseguían determinadas reivindicaciones.

Nuestros jóvenes no quieren sentirse esclavos, pero también desprecian la noble y regia lucha sacrificada del gladiador.
¿Qué pretenden, entonces? ¿Ejercer de Nerones o Césares apelando a sus derechos de pequeños y soberbios "emperators"?

Nuestros jóvenes aprendieron a edad temprana a no respetar los principios de jerarquía y autoridad, aprendieron a relativizar la verdad y a igualar lo inigualable, pues si se niega la verdad absoluta y no se cree en dioses, ni en reyes ni en tribunos... ¿Qué les queda, sino el endiosamiento de sí mismos, creyéndose tan buenos como el mejor de entre los más excelentes?

¡Una juventud convertida en indócil y manipulable ganado!

Una juventud que será adoctrinada desde las escuelas para que sigan creyéndose pequeños "diosecillos" con derecho a todo pero sin responsabilidades ni deberes u obligaciones.

¡El triunfo del individuo-masa, de la mediocridad; el triunfo de una democracia cobarde que prefiere criar y cebar ganado en las escuelas a crear hombres de bien!