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jueves, 3 de mayo de 2007

"Cuatro confesiones" (Rashomon de Akira Kurosawa)


En las puertas de un derruido templo se refugian de una tormenta tres personajes para discutir sobre el juicio a un bandido acusado de matar a un hombre y violar a la esposa de éste.
La genialidad de la película está determinada por la original exposición de varios puntos de vista que explican lo ocurrido.
El film, por tanto, se convierte en un ejercicio de relativismo psicológico, que pretende ilustrarnos sobre cómo una misma realidad puede ser aprehendida de formas distintas desde diferentes perspectivas o percepciones.
"Cuatro confesiones", el remake estadounidense de dicho film, nos deleita con la intervención de Paul Newman, interpretando al bandido Carrasco, aunque destaca de forma especial el personaje de Edward G.Robinson, en el papel de un taimado truhán descontento con la generalidad del género humano, escéptico y cínico personaje que destila no pocas dosis de irónico sarcasmo en sus memorables intervenciones:

-No suelo olvidar una cara, pero en su caso me alegro de que sea una excepción, le espeta a un buscador de oro que le reprocha no respetar la presencia de un "pater" entre ellos.
-¿Un predicador?, pues sería el primero que me despierta, ya que suelo dormirme con sus sermones.

Su falta de fe en las personas queda magníficamente retratada en un intervención gloriosa:

-Prefiero estar con cadáveres porque sé que ningún daño me harán, aunque es cierto que huelen un poco mal. Pero también es cierto que algunos vivos huelen mucho peor.

¿Por qué se merece "Cuatro confesiones" un hueco entre los mejores filmes?

Supongo que a mí, personalmente, me ha asaltado una de esas peregrinas asociaciones de ideas a las que soy tan dado.
Me volví a acordar del 11-M, y pensé en el juicio paralelo que se le hizo al PP y al que todavía era presidente del gobierno, J. Mª Aznar; me acordé de cómo Aznar fue convertido en "asesino" a través de una hábil manipulación del inconsciente colectivo, el cual ya había aprendido a asociar al PP como el pérfido partido heredero de franquistas y falangistas.
La masa rencorosa, cegada por el revanchismo inculcado durante la permisiva y condescendiente Transición, ya intentó "linchar" a Aznar, el indigno, valiéndose de la catástrofe del Prestige y de tantas otras adversidades, pero el 11-M fue la "jugada magistral" que por fin pudo aglutinar odio y revanchismo para permitir una sutil dictadura, frente a la legalidad vigente, en plena jornada de reflexión electoral.
Desde entonces algo huele a podrido en España, y España se me antoja más dañina y peligrosa que nunca, porque si la masa rebelde es capaz, todavía hoy, de instar a la justicia para que se juzgue a Aznar por crímenes de guerra, es que la "democracia" ha fallecido y está reinando entre nos una suerte de anarquía relativista donde todo vale y todo es posible.
"La rebelión de las masas", nos alertaba el maestro, puede ser el peor mal del SXXI; el poder en manos de seres indóciles e inmorales, en tanto que relativistas e irresponsables; la democracia asaltada por el pueblo ávido de venganza, que no una democracia defendida por auténticos ciudadanos preocupados por preservar el futuro de sus hijos.

Es fácil "burlar" la verdad y negar el sentido común en nuestros actos, siempre que nos escudemos en relativizar e igualar lo inigualable, consiguiendo de esa forma que un expresidente elegido democráticamente sea considerado más asesino que un terrorista.

Cuestión de percepciones, y es que "depende, todo depende" en esta España que hace daño, y donde la verdad se inculca a golpe de terca obstinación, repitiendo un millón de veces a nuestros infantes y jóvenes, desde la cuna y más tarde en las universidades, quiénes son los malos malosos: los herederos de falangistas sólo interesados en "crispar" el clima político, mientras los tolerantes y auténticos demócratas, pobrecitos ellos, sólo buscan dinamitar España, eso sí, inocentemente y sin premeditación alguna, que la duda ofendería a los "buenos".


 



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