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lunes, 3 de enero de 2011

Hasta que llegó su hora


Pues sí, sigo viendo clásicos estos días festivos, comme il faut!
Sergio Leone y Ennio Morricone son los padres de un bonito cuento sobre buenos, no tan buenos, y sobre malos, estos sí, muy, muy malos: "Érase una vez en el oeste"
Entre los "buenos" están el vengador atormentado (Charles Bronson) el forajido burlón (Jason Robards) y una exprostituta jugosona (Claudia Cardinale) Y entre los malosos encontramos a un asesino despiadado y cruel (Henry Fonda) y a un tullido moribundo y ricachón que, incluso a las puertas de la muerte, se aferra cual garrapata al materialismo más inhumano.

Antes de los créditos de inicio de esta obra maestra, Leone nos regala, a modo de aperitivo, una introducción maravillosa; casi un cortometraje inserto en la globalidad del film, un homenaje trágico-cómico a dos veteranos del western: Jack Elam y Woody Strode ("El sargento negro") ver aquí una secuencia:
En una desértica estación de tren tres malosos esperan pacientemente la llegada de un forastero. El ritmo de la narración es lento, muy lento, con el cansino chirrido de fondo de las aspas de un molino, y no paran de sucederse primerísimos planos de los rostros de los tres malajes. Uno de ellos no para de hacer crujir los huesos de la mano. Elam, sentado en una hamaca, intenta deshacerse del incordio de una mosca sin moverse de su asiento, hasta que finalmente la atrapa, sonriente, con el cañón de su revólver. Y Strood, impertérrito, soporta el incordio de una gotera sobre su pelona cabeza, pero el muy jodío tampoco desea moverse, así que se coloca el sombrero y, tras un largo goteo en el ala del mismo, aprovecha para beberse el agua con un impagable careto de satisfacción burlona. ¡GENIAL!, jamás un ritmo narrativo tan lento y unos tipos tan vagos resultaron tan suculentos para los sentidos.
Jamás Ford, exento del carácter latino de Leone, hubiese podido parir una oda tan simpática a la pereza y la desidia hispanoitaliana, o a la cabezonería, según dicen, de vascos, baturros o gallegos. Por sus cojones que ni Elam ni Strode se iban a mover y ceder ante el incordio de una mosca o la molestia de una gotera.

Finalizado el pequeño cortometraje-homenaje, la película arranca con un comienzo realmente impactante y conmovedor: el vil y abyecto asesinato de una familia (un padre y sus tres hijos) Pero no hay sangre, oigan, ni una sola gota. Nada de casquería gratuita ni regocijo morboso alguno en tan miserable acción. Los asesinos ni siquiera aparecen en pantalla; tan sólo se oyen los disparos al tiempo que los cuerpos van cayendo al suelo lentamente, mientras una cámara ralentizada nos muestra la injusta e inesperada muerte de aquellos inocentes.
Cuando sólo queda con vida el niño pequeño, sólo entonces, aparecen Frank y sus secuaces, sonrientes, para acabar de rematar la faena y arrebatarle la vida al desvalido bambino. Un lagrimón furtivo recorrió mis mejillas, y no sería el único.

Diálogos inteligentes, exquisita y bella fotografía y embriagadora y envolvente música: todo un placer para los sentidos y un delicioso manjar repleto de emociones.
El cuerpo sudoroso de Claudia en el desierto, mostrando un canalillo más que recatado y, sin embargo, sugestivo y lúbrico a un tiempo (ñam, ñam)
Apenas se hacían concesiones al Dios Eros, y sin embargo Claudia, con sus sensuales labios y sus enormes ojazos negros, era capaz de despertar la líbido del más sonso de los mortales. Tampoco había sangre ni escenas especialmente violentas, pero se podía sentir el dolor y la angustia que emanaba de las entrañas de la música de Morricone, perfectamente hermanada con la preciosista estética de Leone: una auténtica obra de arte cinematográfica.

Soy un ferviente amante del western, género que considero una perfecta filosofía de vida, pero mis gustos no suelen coincidir con los de los grandes especialistas en la materia.
Tras mucho leer y releer a críticos sesudos, y visionar las películas que se consideran "clásicas" del western, he llegado a la conclusión de que no soy muy sesudo, o bien no soy tan entendido en la materia como yo mismo pudiera creer. Lo digo porque "Centauros del desierto" es, sin duda, una obra de arte, pero a mí nunca me hizo tilín, como tampoco me lo hizo "Sin perdón", también muy buena.
Sí suscribo, pero, la genialidad de "La Diligencia", "Río Rojo" o "El hombre que mató a Liberty Valance", grandes entre las grandes, pero prefiero otras obras aparentemente menores: "Murieron con las botas puestas", "Un hombre", "Los tres padrinos", la trilogía Leone y esta maravillosa y suculenta "Hasta que llegó su hora"

Saludos.

3 comentarios:

Ladilla dijo...

Sabes, crack, quién silbaba aquellas sugestivas melodías en las películas de Leone? Adivina...

Ladilla dijo...

Las bandas sonoras de los más famosos ‘spaguetti western’ no serían lo mismo sin los silbidos del español Francisco Rodríguez Muñoz, más conocido como Kurt Savoy o Curro Savoy, cuyos silbidos llenos de matices dieron personalidad y aportaron la tensión necesaria en las escenas cumbre de películas tan conocidas como ‘La muerte tenía un precio’, ‘Por un puñado de dólares’ o ‘El bueno, el feo y el malo’, todas ellas rubricadas por el director Sergio Leone y con el compositor romano Ennio Morricone como responsable de las bandas sonoras. De todos modos, agradezco tu recomendación. La página por ti señalada, es una maravilla técnica. Thank you, my friend. Tante grazie, caro amico.

Ladilla dijo...

He olvidado entrecomillar la cita que he tomado de otra página web. Disculpad, no pretendía pasar por el autor.