Cine como realidad virtual


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domingo, 13 de septiembre de 2009

Barón Rojo (día glorioso junto a la "pota" de un "olivero"


El sábado, siguiendo con una lejana tradición familiar, me dispuse a llevar a los bambinos a la feria de un conocido barrio de L´Hospitalet.
El hecho de no estar "puesto" en las últimas novedades futboleras hizo que me tragase un caravanón IMPRESIONANTE de garrulones que iban a ver el Español-Madrid.
El trayecto se hizo largo y penoso, máxime sabiendo que el "furbo", una vez más, era el culpable de que se hubiesen colapsado las vías de acceso que estaban alrededor del nuevo campo de los periquitos.
Llegué a mi destino, entre gritos de júbilo de la chiquillería, malhumorado y con muy mala leche. No alcanzaba a comprender, ni comprenderé, cómo un miserable y aburrido deporte podía anestesiar y arrastrar a tantas masas de monos.
Sin embargo, el destino quiso que, tras mi largo calvario en la carretera, un rayo de luz iluminara aquel sábado gris y "gafado".
¡Barón Rojo tocaba GRATIS, esa misma noche, en un parque cercano con motivo de las fiestas de L´Hospitalet!

Allí me dirigí con mi mujer y la bambina, tras haber disfrutado de la feria viendo gozar a los pequeños.
Pareciera que de forma consciente y natural, buscando la protección de nuestras crías, todos los puretas con hijos hubiésemos decidido ubicarnos en un lateral, lejos del bullicio jovial y follonero de los jóvenes rockeros que acudían a ver a los maestros del metal español.
La espera se hizo larga, pero allí aparecieron los hermanos Castro, una vez más, para deleitarnos con acordes atronadores y recordarnos que nunca el tiempo podría borrar los lazos que nos unían al rock.
Detrás de nosotros, pero, se agrupó una caterva de adolescentes, logsianos donde los hubiere, que comunicaban gozosos por sus móviles que estaban bajo un olivero para ver a los barones.
- ¿Has oído a esos chicos?, me preguntó mi mujer, dicen que están bajo un "olivero", jijiji.
-¿De qué te extrañas en esta España cutre-analfabeta en que vivimos?, le contesté con mi habitual desdén hacia cualquier atisbo de mediocridad circundante.
De repente, la pequeña bambina nos alertó desde lo alto del olivo, que no olivero, convertido en singular y privilegiada atalaya para ella:
- ¡Esa nena está mareada!, nos comunicó al tiempo que veíamos a una dolescente, de no más de 14 o 15 años, potar a pocos metros de nuestro estratégico olivo.
¡Puaj!, el hedor de la pota no tardó en zaherir nuestros sensibles olfatos, obligándonos a adelantar nuestras posiciones.
No tardó en aparecer la fauna variopinta y bizarra que caracterizaba a todo buen concierto de metal.
Allí estaba el típico pureta cincuentón solitario, exhibiendo barriga a través de una ceñida camiseta de Manowar, cerveza en mano y to bolinga, bailoteanto todos y cada uno de los acordes que se sucedían.
Poco a poco fueron apareciendo todos los rockeros indomables que decidieron no crecer y madurar, voluntarios exiliados en el particular mundo rockero de nunca jamás. Vi a Campanillas y Peters Pan enfundados en camisetas negras, muchos entrados en quilos y todos eternos púberes inconscientes; pude reconocer al colgado de antaño en la figura triste y gris de un greñoso que deambulaba, cual zombi sin rumbo, hasta que se plantó, visiblemente cansado y ebrio, en un punto donde pareció permanecer en estado semicatatónico dutante largos minutos.
La música empezó a envolverlo todo, y al aire empezó a perfumarse con fragancias de hachis y marihuana, que no de Chanel precisamente. Sí, estábamos ante un auténtico concierto de rock, tal y como los recordaba de mi lejana y díscola juventud.
Pero la bambina estaba cansada y tenía frío. Suficiente.
Ya era hora de volver a casa y dejar a los Barones transmitir su legado metálico a las nuevas generaciones.
Fue un día glorioso junto a la pota de un "olivero".