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jueves, 27 de octubre de 2011

"Río Rojo", de Howard Hawks


He vuelto a ver Río Rojo, un peliculón por el que no pasan los años.
¡Qué magníficos y grandes están John Wayne y Montgomery Clift!, sin desmerecer al eterno secundario de lujo Walter Brennan, por supuesto.
¿Y la música? ¡Qué exquisita y genial banda sonora!
El inicio de Río Rojo arranca con fuerza e impacta en el espectador, pues desde el primer segundo seduce, atrae y nos promete una interesante y emotiva historia llena de vida. Y la película cumple, y no defrauda en absoluto a lo largo de todo el metraje, porque Río Rojo es pura filosofía vital y humana, demasiado humana.

ESCENAS MEMORABLES

El erotismo sutil: Tom Dunson (Wayne) decide marcharse de una caravana de colonos para buscar un lugar donde afincarse por su cuenta. Él tiene pensado asentarse en un lugar donde abunde el buen pasto para criar ganado. Así, se despide de su guapa novia, creyendo que ella estará más segura en el seno de la caravana.
La guapa chica intenta convencer a Dunson de que la lleve con él:
-Piensa (le dice a Wayne) que necesitarás lo que una chica puede dar a un hombre, le dice seductora. -El Sol solo brilla la mitad del día, pero la otra mitad es noche... continúa ella picarona.
¿Qué santo varón hubiese podido resistirse a tan sugestiva y erótica proposición? Pues solo el gran John Wayne. ¿Quién si no? El prototipo de hombre capaz de anteponer el imperativo del deber a los mundanos placeres de la carne.

¿Voluntad de poder o reivindicación marxista? Finalmente, Dunson decide instalarse en unas ricas y prometedoras tierras, pero resulta que éstas ya tienen dueño: un terrateniente llamado Diego que domina un extenso y vasto territorio.
Al poco tiempo aparecen los pistoleros de Diego para intentar persuadir a Dunson de que abandone las tierras de su amo:
-¿Qué extensión tienen todas estas tierras?, pregunta Dunson.
- Unas 400 millas, le responde uno de los pistoleros.
- Eso no es decente, añade el compañero de Dunson (Walter Brenan). Además, estas tierras no están siendo explotadas.
Y ante tan peculiares argumentos morales de tintes marxistoides, Dunson decide quedarse.
-¡Pero estas tierras son de Don Diego!, responde contrariado el sicario. Don Diego las adquirió por Real Decreto del rey de todas las Españas.
-Eso quiere decir que él se las arrebató primero a quienes estaban aquí, argumenta Dunson impasible. Tal vez a los indios.
Y así, autolegitimando su derecho de conquista, se bate en duelo con el pistolero y con su victoria legitima su nuevo título de propiedad.

Liberalismo en estado puro: y pasan los años y Dunson, tras muchos sacrificios y luchas, consigue reunir miles de cabezas de ganado, pero con tan mala fortuna que éstas no tienen salida en el mercado de Texas.
Para escapar de la ruina, Dunson decide entonces emprender una larga marcha y arriesgar todo lo que tiene, reuniendo todas sus reses y las de otros vecinos, para venderlas a buen precio en Missouri.
Resulta "curiosa", e impensable en nuestra España castrada por el sindicalismo más irresponsable, el diálogo que mantiene Dunson con un vaquero al que contrata:
-La paga es de 10 dólares al mes, el triple si el precio se revaloriza al llegar al tren, le explica al vaquero, pero si se pierde el ganado usted se queda sin paga.
-¡Lógico!, responde el vaquero aceptando la propuesta.
Y es que, de la misma manera que Dunson (el emprendedor) arriesga y se juega a una carta el éxito o el fracaso de su empresa, así también lo hace el vaquero (asalariado) de tal manera que ambos participan en un proyecto común asumiendo riesgos para repartirse equitativamente beneficios en función de lo aportado por cada uno de ellos.

¿Insinuaciones gay?: mucho se ha escrito sobre la pulsión homosexual que, pudiera ser, se manifestaba entre Montgomery Clift (hijo adoptivo de Dunson) y el vaquero contratado, que resulta ser un afamado pistolero.
El caso es que los dos chavalotes, aficionados a las pistolas, se intercambian sus respectivas armas, en lo que muchos críticos han pretendido ver la metáfora de un intercambio de algo más íntimo y sensual.
-Bonita arma la que lleva usted, ¿me permite verla?.
Tal vez a usted le interese ver la mía, invita el vaquero a Monty.
En cualquier caso, el diálogo entre ambos personajes, mientras se intercambian sus revólveres, resulta sugestivo y, efectivamente, permite jugar con la ambigüedad:
-Solo hay dos cosas más bonitas en este mundo que un arma: un reloj suizo y una mujer, comenta el vaquero. Y añade: ¿ha tenido un reloj suizo?
Jajajaja, ¡genial! Resulta difícil adivinar si el picarón vaquero da por hecho que Monty ya ha estado con mujeres o si, por el contrario, un reloj suizo sería, al acabo, más atractivo que una mujer.
Y aquí lo dejo, que ya me alargué demasiado.

A lo largo del viaje, y como consecuencia de las adversidades, el carácter de Dunson se irá agriando hasta convertirle en un tirano despótico sin consideración alguna por sus hombres (trabajadores al cabo). Su propio hijo adoptivo, solidarizándose con el dolor de sus compañeros, se enfrentará al padre. Muchos críticos, desde luego, han hecho una lectura freudiana del conflicto padre-hijo que plantea "Río Rojo", aunque yo no he podido evitar hacer una lectura más "roja", si cabe, que el propio río. De hecho, el joven Montgomery acabará erigiéndose en una suerte de "líder sindical" para defender a sus compañeros. Y es que el padre, también patrón, acabará convirtiéndose en un fiel reflejo de ese patriarcado tan rígido y despótico que tanto critica el feminismo actual.
Podríamos decir, por tanto, que en "Río Rojo" subyace no solo un planteamiento de índole freudiana, sino también un conflicto o lucha entre clases de tintes claramente marxistas.

Pd: el genial comienzo de Río Rojo