Cine como realidad virtual


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domingo, 30 de mayo de 2010

Robin Hood (o la cagada de Ridley Scott)


Sí, tristemente, se confirmaron mis peores sospechas.
De verdad que fui al cine ilusionado y emocionado, expectante ante el último trabajo de Ridley Scott: Robin Hood.
Sin embargo, no era el espíritu del bravo general romano, Máximo, quien cabalgaba de nuevo, sino otra suerte de Orlando Bloom, una mezcla de cínico tahur defensor del Reino de los parias en esta ocasión.
Se volvió a repetir la maldición de la soporífera "El reino de los Cielos: un brillante comienzo prometedor, lleno de acción y emociones, que dio paso a un desarrollo "entretenidillo" sin más, con poca chicha y menos limoná.
Si en la fallida "El Reino de los Cielos" Scott apostó por la "Alianza de Civilizaciones", ahora nos defrauda con la defensa de un perverso "igualitarismo" anacrónico entre clases sociales. Y es que el Robin de Scott, huérfano desde pequeño, poco a poco recordará y tomará conciencia de quién era realmente: el hijo de un cantero que, además, era un filósofo defensor de la libertad y la igualdad entre todos los hombres.
Al principio me dejó un regustillo a rollo "masón", librepensadores enfrentados al poder de la realeza absolutista, pero el final de la película, que pienso desvelar porque si no reviento, desprendió un tufillo marxistilla harto patético:
Traicionados por el Rey, Robin y sus seguidores se refugian en el bosque formando una "comuna" de hombres libres donde todos eran "iguales" y compartían tareas y recursos.
Así, Según la versión de Scott, daría comienzo la leyenda de Robin de los bosques. Y así decidió Ridley que acabara su truñilla película.
Desde luego, para semejante truño mejor que hubiese requerido los servicios del sonso y ñoñeras Orlando y no hubiese mancillado la memoria y el recuerdo entrañable que teníamos de Crowe proclamando ¡Fuerza y Honor!

Saludos.

PD: la escena final, cuando Robin a una distancia inverosímil consigue clavar una flecha en el cuello del malvado que huía, es de risa total.
El maloso, una vez fue alcanzado, soltó una carcajada, y mi mujer exclamó: ¡encima se ríe! Pos claro, le respondí yo, ni el mismo maloso se creyó al guionista burlón que "imaginó" semejante tiraco a lo Antonio Rebollo (el arquero de las Olimpiadas de Barcelona que encendió el pebetero)