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jueves, 28 de mayo de 2009

El puente (die brücke)


Bueno, aprovechando que ayer por la noche el común de los mortales iba a estar pendiente de un evento deportivo de masas, decidí ver un clásico del cine bélico: El puente.

Ya comenté en un post anterior la injusticia, sobre todo por parte de Hollywood, de no reconocer la grandeza de dos películas bélicas alemanas: "Stalingrado" y "El Hundimiento".
Y después de ver "El Puente", película que también fue galardonada en Europa pero no obtuvo el preciado Óscar, me pregunto cómo puede un film, que raya la excelencia, ser tan desconocido como olvidado...
¿De nuevo los complejos de Occidente?

El puente, cuyo argumento queda bien explicado aquí, ahonda en dos polos opuestos que se me antojan humanos, demasiado humanos, como son la grandeza y la miseria moral.
La guerra es retratada como algo horrendo, sórdido y cruel, como un sinsentido circunstancial que pone a prueba a los seres humanos, dejando al descubierto las grandezas de unos y las miserias de otros.
Una película alemana, enfocada desde una perspectiva alemana, que por primera vez (creo recordar) retrata al nazionalsocialismo a partir de las trayectorias vitales de un grupo de muchachos adolescentes, es decir, desde un punto de vista que se atreve a mostrarnos la inocencia del nazionalsocialismo en toda su crudeza.
Sí, he escrito la inocencia, porque la épica, las gestas heróicas y los valores como el honor, el orgullo y la dignidad, sólo están reservados a individuos puros e inocentes, a eternos púberes que se niegan a crecer y madurar; que se niegan, en definitiva, a corromperse y ser "sensatos y prudentes".
¿Cómo no iban a ir los protagonistas de la película, jovialmente "alegres y despreocupados", a encontrarse con la muerte?
Les enseñaron a no temer a la muerte, ¿cómo habrían de temer la NADA quienes aprendían a amar valores superiores? ¿quienes creían saber con certeza que sus actos "tendrían un eco en la eternidad"?

Sobre las grandezas

El film nos muestra a la familia aristoi alemana por excelencia, acomodada y de larga tradición militar, de carácter noble y responsable con sus deberes y obligaciones patrias. Aparece un chico en concreto, hijo de un oficial fallecido en la misma contienda, que recibe, orgulloso, la pistola de su padre de manos de su también sacrificada y patriótica madre.
- Es un orgullo para mí, dice, tener la pistola con la que mi padre combatió hasta el final.
Ya con anterioridad, una vecina le preguntó a la madre del chico si no iba a hacer nada para evitar que éste fuese llamado a filas.
La madre, con semblante serio y visiblemente molesta por la pregunta, le responde:
- Todos los hombres de mi familia han sido militares.
Como no podía ser de otra manera, y bien lo entendieron los guionistas, para este chico fue reservada la muerte más épica y lírica a un tiempo.
Ya en el desenlace final del film, y agotada la munición de su MP44, el chico sacó la pistola que fuera de su padre y, cual si de un David contra un Goliat se tratase, comenzó a disparar, poniéndose al descubierto, contra un sniper oculto en una ventana.
El tiro certero del francotirador destrozó el joven y frágil pecho del más inocente, quizás, de entre los inocentes jóvenes del grupo.
Más inocente, si cabe, resulta una entrañable y "dura escena" (por la frialdad emocional que refleja) cuando el joven enamorado del grupo, que había regalado su reloj (con esfera luminosa) a su novia, le pide a ésta, antes de marcharse al frente, que se lo devuelva.
La pobre chica, que había ido ilusionada a despedirle a la estación del tren, se queda helada ante la forma tan fría en que el chico rompía con ella.
No, no rompía en absoluto con ella, pero la razón que da para intentar recuperar su reloj es de una inocencia pura, sublime y virginal:
- Así, su esfera luminosa, le dice a la apenada chica, me indicará la hora cuando haga guardia por la noche.

Sobre las miserias

El político corrupto, el jefe del partido para más señas.
Su hijo se avergüenza de él, pues, además de engañar a la madre con una amante, el político miserable se presta, cercana la llegada de los aliados, a huir como una rata cobarde.
- ¿Qué hay de las ideas del partido?, le inquiere su joven hijo.
- ¡Calla!, le dice el padre, algún día lo entenderás. Cuando estés en el frente harán un hombre de ti y no te comportarás como un chiquillo.
Decididamente, no cabía atisbo de inocencia alguna en el taimado político, pues él sí era un "hombre" ya maduro, envilecido y cínico, que no creía en nada salvo en salvar su propio pellejo. Ni siquiera intentó disuadir a su hijo para que no acudiera al frente a defender causas en las que él mismo no creía, pues prefirió hipócritamente sacrificar a su vástago y así seguir manteneniendo vivo el engaño de su falsa fidelidad y de su falsa hombría.
Queda perfectamente retratado el cinismo del político oportunista, de la rata que abandona el barco cuando éste comienza a hacer aguas por todas partes.
El pobre muchacho, avergonzado, se sentirá obligado a expiar las culpas y pecados de su padre en el frente.
Miserable, también, será la conducta de un oficial, el cual, tras averiarse la moto en la que huía, obligará a pararse, MP40 en mano, un camión repleto de heridos para hacerse un hueco entre ellos.

Y algo de humanidad...

Sí, una película de grandezas y miserias, pero también de sensatez, responsabilidad y de acertadas pinceladas de tierna humanidad, como la demostrada por el oficial al cargo del grupo de jóvenes cuando llama a su sargento más veterano:

-¿Cuánto tiempo llevas combatiendo, le pregunta?
- Varios años, le responde el sargento.
-Bien. ¿Y qué has aprendido en la guerra?
-A esconderme, le responde con sonrisa burlona y cómplice.

Perfecto!, le responde el oficial, hazte cargo de un grupo de chicos y aléjalos del frente.
Ya sabes, protégelos hasta que todo acabe, y tenles ocupados. No sé, que se encarguen, por ejemplo, de custodiar un puente.El puente será, por decisión del buen oficial, el destino, en principio inofensivo, del grupo de jóvenes protagonistas; un puente sin valor alguno que, de hecho, sería dinamitado en breve; un puente que, irónicamente y por caprichosa encadenación de hechos fortuitos y azarísticos, se convertirá en la única y definitiva prueba de fuego contra la inocencia.

Saludos.